15/10/13

EL PRINCIPIO DE UNA EPOPEYA

Juana de Arco.
A lo largo de su historia Francia ha estado varias veces al borde del abismo. Invadida por sus vecinos, sus tierras han sufrido innumerables guerras y sufrimientos, pero los franceses siempre acabaron expulsando al invasor. Como sucedió en el S. XV en la Guerra de los Cien Años contra los ingleses. Medio país estaba conquistado y el otro medio casi derrotado. Pero una joven que hoy consideraríamos una iluminada, logró inspirar la fuerza y la moral necesaria para darle la vuelta a la situación. Esa joven fue Juana de Arco, y este fue el principio de su epopeya.

Una joven campesina adolescente entró en el salón del castillo de Chinon, en ese momento la sede de la corte de Carlos, el hijo del rey de Francia. Era el año 1429 y para ser la corte del pretendiente al trono no era demasiado lujosa, comparada con otras cortes de otros reinos de esa época. Pero a Juana, acostumbrada a la vida dura del campo, seguro que le parecería deslumbrante. Las ropas de los cortesanos no eran las más caras ni las más sofisticadas del momento, ni la decoración era la más espectacular y refinada, pero aún así debió provocar respeto en la joven. Pero ¿qué hacía allí? ¿Por qué una joven campesina, probablemente analfabeta y sin ningún conocimiento del mundo que le rodeaba, merodeaba en el centro de la élite de su sociedad?

Restos del salón del castillo.
Buscaba a un hombre al que llamaban Delfín. No sabía cómo era, nunca había visto su rostro ni escuchado su voz. Tampoco había en la sala ninguna pista, ya que nadie destacaba sobre el resto, ni por su vestimenta ni por el lugar que ocupaba. El Delfín podría ser cualquiera de los muchos nobles y capitanes allí presentes. Pero la joven no se acobardó, y segura de sí misma se paseó entre la muchedumbre que seguramente le miraba con desprecio o asombro. Escudriñó a cada uno de los presentes hasta que, de repente, se arrodilló ante uno de ellos y le besó la mano llamándole rey. El hombre elegido por la campesina era efectivamente Carlos, el Delfín, y esa joven que le había encontrado entraría en la historia con el nombre de Juana de Arco. Su beso en la mano sería el principio de una aventura que acabaría con la derrota de los enemigos de Francia y la recuperación del prestigio de su monarquía.

Esta escena es parte de la leyenda de Juana. La joven había conseguido entrar en la corte porque decía que se le había aparecido la Virgen con el mensaje de que podía derrotar a los ingleses. Hoy en día despacharíamos a esta joven como una loca o una iluminada. La Edad Media, en cambio, era un mundo en el que las leyendas y la superstición eran la regla, todo era creíble si era voluntad de Dios. Por eso Juana consiguió entrar, pero dicen que el propio Carlos desconfiaba de ella y le puso a prueba. Si venía en nombre de la Virgen, seguro que le reconocería entre la muchedumbre de cortesanos, sin dar ninguna pista sobre su condición. Y efectivamente, Juana le reconoció. Ya tenía el respeto de Carlos, lo suficiente para que comenzara una fructífera relación. Pero, ¿por qué necesitaba este príncipe a la joven campesina?

Francia a la defensiva
El salón en el que Juana se encontró con Carlos estaba en un castillo a orillas del río Vienne, en el corazón de Francia. El castillo de Chinon era por entonces una de las sedes de la corte de Carlos, que quería ser reconocido como rey de Francia. Sin embargo, se había quedado en simple Delfín, el título de los herederos al trono francés, similar al de Príncipe de Asturias en España o de Gales en Gran Bretaña. Su padre era el rey Carlos VI, pero al morir en 1422 había desheredado a su hijo y reconocido como legítimo heredero al hijo de su enemigo, el rey inglés Enrique V. Con este reconocimiento los ingleses habían conseguido su objetivo: el trono de Francia.
  
El castillo de Chinon.
Desde su gran victoria en la batalla de Agincourt en 1415, los ingleses estaban ganando una larga guerra contra los franceses que había empezado en 1337. El Delfín Carlos estaba a la defensiva y sólo controlaba medio reino de Francia, desde los Pirineos y el Ródano hasta el Loira. Por su parte, sus enemigos ingleses dominaban todo el norte del país. Tenían bajo su poder París, la capital, así como Normandía, la Champaña, la Bretaña, la Aquitania y Anjou, suficiente como para reivindicar el trono de Francia. Los partidarios del Delfín tampoco controlaban la zona que hoy conocemos como Bélgica y Holanda, entonces en manos del duque de Borgoña, aliado de los ingleses. Es decir, la situación de Carlos era lamentable: no tenía título de rey, estaba solo y le faltaba medio país.

Su corte en el castillo de Chinon era un reflejo de esa situación. Sin el esplendor de sus antepasados, las dificultades económicas eran evidentes tanto en las ropas que vestían los cortesanos como en la propia envergadura de la corte, que se había quedado en una sombra de lo que había sido la poderosísima corte francesa de la Edad Media. Pero esa falta de dinero se reflejaba, sobre todo, en la incapacidad de mantener un ejército que echara a los ingleses y recuperase el título real, una falta de recursos que también sufrían sus enemigos, incapaces de rematar su victoria y aniquilar al Delfín. Era una situación de estancamiento entre ambos bandos, que se habían habituado a que el río Loira fuera la frontera. Pero no por mucho tiempo.

El ánimo necesario
Después del encuentro de Chinon, Juana de Arco no consiguió llenar las arcas de su príncipe, pero sí insufló el ánimo necesario a Carlos y a su corte para enfrentarse a sus enemigos. Lo hizo haciéndoles creer tan firmemente como lo creía ella que Dios había dispuesto su victoria y que la Virgen en persona había bajado del cielo para contárselo a Juana. Mediante este discurso místico y fuertemente religioso los franceses recuperaron la confianza en sí mismos y comenzaron a creer que era posible vencer a los ingleses.

Carlos VII, el Delfín.
El primer paso sería derrotarlos en Orleans, una ciudad leal al Delfín y no muy lejana de Chinon. Los ingleses la estaban asediando y los franceses acudieron en su auxilio encabezados por Juana. Y efectivamente, los ingleses fueron aplastados y huyeron. Carlos aprovechó la victoria y, animado por Juana, se apresuró en llegar a Reims, la ciudad en la que tradicionalmente se coronaban los reyes de Francia desde tiempos de los francos. Allí el Delfín Carlos se convirtió en Carlos VII. Ya tenía corona, y las victorias contra los ingleses se multiplicaban.

Juana siguió jugando un papel muy importante motivando a los generales y soldados franceses con su piedad y su misticismo hasta que fue capturada por sus enemigos un año después, en 1430. Entonces ese misticismo y esa piedad que habían conseguido movilizar a Carlos se convirtieron en la pesadilla de Juana. Fue acusada de herejía y de brujería y quemada viva el 30 de mayo de 1431 en la ciudad de Ruán, en la zona ocupada por los ingleses. Juana se convirtió en mártir de la causa francesa y aún hoy continúa siendo un símbolo del patriotismo francés. Carlos, por su parte, consiguió recuperar la monarquía y fortalecer su reino, aunque la guerra aún tardaría muchos años en terminar. No fue hasta 1453 con la derrota de los ingleses.   


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