19/5/13

La lucha por el poder: El año que Roma tuvo cuatro emperadores


Entre junio del año 68 d.C. y diciembre del 69 d.C., el Imperio Romano tuvo cuatro emperadores. Fueron meses de muerte, guerra y destrucción. El Imperio que tan cuidadosamente había construido Augusto basándose en el miedo al recuerdo de las guerras civiles, volvía a caer en el mismo escenario que hizo desaparecer a la República un siglo antes. Un nuevo emperador y una nueva dinastía, los Flavios, surgirían de esta crisis y el Imperio sería diferente.  

Esta crisis comenzó en junio del año 68 d.C. con el suicidio de Nerón, el último emperador de la dinastía Julio-Claudia iniciada por Augusto. Éste había instaurado después de su victoria en Accio en 31 a.C. un régimen monárquico de hecho, el Principado, pero manteniendo un barniz republicano en el sistema político romano. Era  fundamental en una sociedad en la que la monarquía sufría una visión muy negativa, especialmente entre la élite senatorial. Los intentos más o menos descarados de reinstaurar la monarquía ya le costaron la vida a Julio César en el 44 a.C. Por lo tanto, con Augusto, el hijo adoptivo y sucesor de César, las instituciones y magistraturas republicanas seguían vivas y, oficialmente, el Senado era el máximo órgano de legitimidad, mantenía su auctoritas. Sin embargo, los emperadores eran los que detentaban el poder.


Este poder era de carácter personal y era transferido a la persona del Princeps por el Senado y el pueblo debido a sus cualidades individuales. Era el “primus inter pares”, el primero entre iguales. Augusto se presentó como el padre de la patria, el salvador de Roma e instaurador de la paz tras un siglo de conflictos civiles. Eran cualidades que le hacían mejor y diferente al resto. Sin embargo, este tipo de legitimidad del poder creaba un problema a la hora de plantear la herencia del mismo, ya que se suponía que las cualidades que hacían al Princeps ser especial eran únicas y no basadas en la sangre, ya que eso habría supuesto reconocer el carácter monárquico del régimen.


Así pues, los herederos de Augusto (Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón), tuvieron que basar su legitimidad precisamente en la pertenencia a la misma dinastía. Ser de los Julio-Claudios les daba la auctoritas necesaria para ser Prínceps, como señaló P. Petit. Sería precisamente esa pertenencia a la dinastía lo que iría debilitando la legitimidad del Senado como única institución con capacidad de proclamar y nombrar a los emperadores.


Nerón, el último heredero de Augusto

Nerón
La crisis comenzó con el fin del último emperador de la dinastía Julio-Claudia, Nerón. Aspiraba a terminar con la ficción de respeto republicano y transformar la imagen y la fuente de legitimidad del princeps, adoptando un estilo y discurso propio de las monarquías helenísticas del oriente mediterráneo. Consciente de que estaba en el trono por pertenecer a la familia de Augusto y no por gracia del Senado, quiso eliminar el papel de esta institución y basar su legitimidad en un concepto teocrático del poder, es decir, como dios o semidiós, en vez de presentarse como “primer ciudadano” legitimado por el Senado. Esto puso en su contra a la élite senatorial que acabó con él. Apoyado por la sublevación de los ejércitos de la provincia Tarraconense y en la propia Roma, finalmente lo declaró enemigo público provocando su suicidio en junio del año 68.


Pero entre las causas del conflicto destaca otra serie de factores: las provincias occidentales del Imperio fueron las que acabaron por sublevarse ante lo que consideraban una política de favoritismo de Nerón hacia oriente y una excesiva presión fiscal; el descontento en el ejército por la falta de atención e interés mostrado por Nerón; y un gran descontento entre los grupos sociales más poderosos, sobre todo entre la élite senatorial que veía con suspicacia y alarma la pérdida de influencia del Senado como elemento legitimador, y la pérdida de influencia de la clase senatorial a favor de la clase de los caballeros (équites), que iban adquiriendo cada vez mayor responsabilidades en la administración imperial.

El Imperio en el año 69 d.C.

Por el otro lado, estaban los grupos sociales que apoyaban a Nerón y su monarquía. Destacan los équites que estaban cada vez más presentes en la administración imperial, los pretorianos de la guardia de Roma privilegiados por el emperador, y la plebe de la capital, adicta a la política de pan y circo y enemiga tradicional de la clase senatorial desde tiempos de la República. A éstos elementos de la capital se sumaban muchos partidarios en la provincias orientales del Imperio, mimadas por la política de nerón y mucho menos contrarias a la monarquía de tipo helenístico que trataba de imponer. El enfrentamiento era pues también un conflicto entre estamentos y provincias imperiales. 


Los acontecimientos

Galba
Tras el suicidio de Nerón en junio del 68 d.C., Galba, gobernador de la provincia Tarraconense, fue proclamado emperador por sus tropas y confirmado por el Senado en junio del 68 d.C. La proclamación le cogió en la ciudad hispana de Clunia, que fue durante unos días la capital del imperio. Pero Galba solamente reinó medio año, hasta enero de 69 d.C. Su nombramiento mediante una sublevación militar supuso un importante precedente en el que los soldados tomaban una decisión que era posteriormente ratificada por el Senado.


Meses más tarde Otón, un antiguo amigo de Nerón, se sublevó y derrocó a Galba aprovechando los errores de éste y su impopularidad entre el ejército por su renuencia a recompensarlos económicamente por su alzamiento contra Nerón. Finalmente, Galba fue asesinado en enero del 69 y Otón proclamado emperador por el Senado, otra vez ratificando la proclamación militar.
Otón

Sin embargo, casi al mismo tiempo, los ejércitos de Germania al mando de Vitelio se alzaron contra Otón al que derrotaron en la batalla de Betriácum en abril de ese mismo año, entrando en Roma a sangre y fuego asesinando al emperador y a sus partidarios. Al nombramiento de un emperador por el ejército se le añadió pues también la guerra civil y las represalias físicas contra los partidarios de su enemigo, algo que no ocurría desde mitades del S. I a.C. durante la decadencia de la República. 


Vitelio
Vespasiano, un militar apoyado por sus tropas en oriente -donde estaba luchando contra la rebelión de Judea enviado por Nerón en el año 67- fue proclamado a su vez emperador por sus legionarios. Sus soldados avanzaron en su nombre sobre Roma y derrotaron a los de Vitelio, que fue asesinado en diciembre del 69. Ese mismo mes el Senado ratificó el nombramiento de los soldados de Vespasiano como emperador que, sin embargo, tardó casi un año en llegar a Roma. Antes realizó una gira por las provincias de oriente, las que le habían aupado al poder.  




Consecuencias de la crisis

Roma dejó de ser el centro político necesario, ya que eran las élites provinciales las que iniciaron las rebeliones y era en las provincias donde se proclamó a los emperadores. Con Vespasiano, además, llegó al trono un hombre de origen provincial. Se consolidó el proceso ya iniciado con Augusto, y Roma dejó de ser una ciudad-estado dominante para ser un Imperio.

Vespasiano
Además, y muy importante, fueron los ejércitos los que nombraron a los emperadores, mientras que el Senado sólo confirmaba esos nombramientos. Un precedente muy peligroso, ya que debido a los problemas para legitimar la herencia dinástica sin despertar temores antimonárquicos, las sublevaciones militares funcionaron como forma de llegar al poder. Sin embargo, tras la victoria de Vespasiano, éste impuso la normalización de la herencia dinástica entre sus hijos Tito y Domiciano, un mecanismo que se mantendría incontestable durante el resto del Imperio, al menos hasta la crisis del S. III.  

También destaca que, a pesar del caos, nadie puso en duda el Principado ni reivindicó la vuelta a la República. La élite senatorial, en teoría la más adepta a esta forma tradicional de gobierno, solamente reaccionó cuando Nerón quiso acabar con las apariencias e instaurar un absolutismo teocrático de corte helenístico, y lo hizo precisamente para recuperar el sistema del Principado que suponía una monarquía enmarcarada.


Por último, Oriente se mostró como la parte más fuerte del Imperio y fueron sus ejércitos y su candidato Vespasiano los que se acabaron imponiéndose a los aspirantes y legiones de Occidente. Sería precisamente el Oriente romano el que, siglos más tarde, perduraría y se transformaría en el Imperio Bizantino que no desaparecería hasta 1453, mil años después de que el Imperio Romano en Occidente hubiera sido destruido por las invasiones bárbaras.

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