10/4/13

Cuando Hitler robó el Primero de Mayo


En 1933 Adolfo Hitler legalizó la fiesta del 1º de mayo y se la robó a los partidos de izquierda. Hitler llevaba algo menos de dos meses y medio en el poder cuando convirtió en fiesta nacional la fecha mítica del movimiento obrero, el día de celebración por excelencia de sus enemigos comunistas y socialdemócratas. Y lo hizo después de matarlos.


A diferencia de los que se suele decir, Hitler no llegó al poder tras ganar unas elecciones. El 30 de enero de 1933 el anciano presidente alemán, el mariscal Von Hindenburg, acabó cediendo a las presiones y maquinaciones de Franz von Papen y nombró al líder nazi canciller del Reich. La constitución de Weimar, redactada durante los tiempos convulsos posteriores a la Primera Guerra Mundial, otorgaba al presidente el poder de suspender el parlamento y nombrar al gobierno por su cuenta. Alemania llevaba desde 1930 con gobiernos nombrados a dedo sin pasar por las urnas y en plena crisis económica con casi cinco millones de parados.

Hitler ya estaba en el poder, pero aún estaba lejos de ser un dictador. Sin embargo, pasado un mes, el 28 de febrero, ardió el Reichstag. Enseguida se detuvo a un joven holandés de ultraizquierda, Marinus van der Lubbe, como autor material del incendio. Sin embargo, para los nazis esta fue una ocasión de oro para desembarazarse de sus enemigos de la izquierda: con ayuda de los partidos burgueses de la derecha y del presidente von Hindenburg, aprobó una ley que prohibió al Partido Comunista Alemán (KPD) al que se señalaba como autor del incendio. De la noche a la mañana el mayor partido comunista de Europa occidental fue prohibido y perseguido, y sus líderes detenidos y encarcelados.

La última bofetada obrera a Hitler
Aún así, Hitler recibió una bofetada una semana después por parte de los obreros alemanes: el 5 de marzo, en las últimas elecciones libres celebradas en Alemania antes de la Segunda Guerra Mundial, los comunistas consiguieron casi cinco millones de votos, y los socialdemócratas más de siete millones. En total, los partidos de izquierda sumaron 12 millones de votos frente a los 17 millones del partido nazi. Y eso que los temidos “camisas pardas” de la sección de asalto, las SA nazis, y la policía vigilaban las papeletas y a quién se votaba. Toda una derrota moral para Hitler y sus seguidores, que pasaron a medidas más extremas.

Hitler se dio cuenta de que no se podía fiar de las urnas para consolidar su poder. Así pues presentó en el parlamento una ley que le otorgaba todos los poderes políticos de manera casi dictatorial. Fue el 23 de marzo. La llamada “ley habilitante” (“Ermächtigungsgesetz”), una verdadera obra de arte jurídica del jurista Carl Schmitt, trasladaba a Alemania a un estado constante de excepción en el que la labor legislativa pasaba al canciller y al gobierno, incluso si entraba en conflicto con la constitución. Era la muerte del parlamento y de la República de Weimar.

Otto Wels.
El diputado socialdemócrata y dirigente del SPDOtto Wels, destacó ese día por su valentía. En un edificio tomado literalmente por los nazis, protagonizó un discurso memorable en defensa de la república desde la tribuna parlamentaria mientras los diputados nazis y las “camisas pardas” le amenazaban. Fue el último discurso libre en el parlamento alemán hasta después de 1945. Al final de la sesión, esta ley que convertía a Hitler en dictador se aprobó con los votos a favor de los nazis y de toda la derecha alemana. Sólo 94 votos, los de los diputados del SPD que consiguieron entrar en el recinto, fueron en contra. Muy pronto todos ellos acabarían también en un campo de concentración. Los comunistas directamente no aparecieron, estaban todos detenidos o escondidos.

Hitler se había impuesto con ayuda de la derecha burguesa. Los partidos de izquierda estaban prohibidos, como los comunistas, o anulados, como el SPD, que también sería prohibido definitivamente el 22 de junio de 1933. El miedo y la represión campaban a sus anchas. Los SA, las camisas pardas nazis, erigieron miles de “campos de concentración salvajes” por todo el país. Eran lugares de detención al margen de todo derecho y ley. Como el ‘número dos’ nazi, Hermann Göring, era el ministro del Interior, incluso los mismos matones nazis actuaban como policía auxiliar junto a los agentes legales y las palizas y detenciones arbitrarias de socialistas, comunistas y sindicalistas quedaban absolutamente impunes.

El 1º de mayo para atraer a los obreros
Con las organizaciones políticas de izquierda desmanteladas y en plena represión de los líderes obreros, Hitler anunció que el 1º de mayo sería fiesta nacional. Después de años de celebraciones ocultas, desfiles prohibidos, desafíos y amenazas de los patronos en los puestos de trabajo, fueron precisamente los nazis los que legalizaron la festividad de esta fecha.

Para ello Hitler contó con los sindicatos. Los funcionarios sindicales pensaron que se podían salvar de las persecuciones nazis y muchos abjuraron de sus orígenes socialdemócratas o comunistas para colaborar en la organización de la nueva festividad. Aprovecharon sus redes en los puestos de trabajo y con los obreros para acercar el nuevo régimen a los trabajadores. Daban a entender que aquellos que contaban con un carnet del SPD o del partido comunista pero no habían desempeñado ninguna labor dirigente, no tenían nada que temer. Sólo los “políticos” irían a la cárcel, los demás tenían su lugar asegurado en el nuevo estado que trataba de congraciarse con los obreros.

El 1 de mayo de 1933 se celebraría con grandes desfiles y actos gigantescos de masas. Los obreros, los mismos que en marzo habían votado contra Hitler, finalmente habían sido incorporados al nuevo estado nazi. El 2 de mayo los sindicatos fueron prohibidos y sus funcionarios detenidos.     

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