22/12/11

La primera huelga (conocida) de la historia

Artesanos egipcios.
La primera huelga de la historia no ocurrió en una fábrica europea en el siglo XIX. Tampoco la protagonizaron campesinos miserables de los campos de la Edad Media o los esclavos del Imperio Romano. La primera huelga de la que se tiene noticia en la historia es mucho más antigua. Sucedió hace más de 3.000 años en el antiguo Egipto, bajo el reinado de Ramsés III. Y no la protagonizaron los más pobres y explotados, sino los trabajadores privilegiados, los que mejor vivían en todo el valle del Nilo a excepción de la nobleza y del propio faraón.

Esta élite obrera no vivía en cualquier sitio. Trabajaba y moraba en una ciudad secreta donde construían las tumbas de los faraones todopoderosos. Mientras Egipto fue rico y poderoso todo fue bien. Pero llegó la crisis y con ella la decadencia. Así surgió el primer conflicto laboral del que se tiene noticia.

Un imperio temido
Para entender el por qué de esta huelga hay que comprender la época en la que se produjo. El antiguo Egipto era un estado teocrático, es decir, el faraón gozaba del estatus de un dios y su poder no era cuestionado por nadie en la tierra. Y menos durante la edad de oro del llamado Imperio Nuevo (como sería conocido en nuestros días). En esa época, que comenzó con la XVIII dinastía, hace 3.500 años, Egipto se convirtió en un imperio temido y respetado en todo el Oriente Próximo donde sus ejércitos se enfrentaban y vencían a las demás potencias del momento. Era el mejor momento de Egipto en mucho tiempo, y sus faraones lo sabían por lo que cubrieron su país de las obras públicas más grandes y monumentales de esta época a excepción de las grandes pirámides, mucho más antiguas.

El Valle de los Reyes.
Sin embargo, algo había cambiado en Egipto con respecto a la época en la que se construyeron esas grandes pirámides, mil años antes del Nuevo Imperio, hace hoy unos 4.500 años. En el Imperio Nuevo los faraones no construyeron grandes tumbas a la vista de todo el mundo, no hubo más pirámides ni grandes edificios funerarios. Ahora las tumbas se construían en secreto y a escondidas en el desierto. La razón eran los saqueos.

Los antiguos egipcios creían en una vida en el más allá y en que las tumbas debían albergar los objetos necesarios para el difunto en su nueva vida eterna. Por supuesto, la vida en el más allá de un faraón debía ser igual de grandiosa que en la tierra, por lo que sus tumbas eran verdaderos depósitos de tesoros codiciados por los ladrones de tumbas. Y las pirámides llamaban demasiado la atención. Así pues, el faraón Tutmosis I, de la XVIII dinastía, comenzó a construir su tumba y la de sus familiares y más estrechos colaboradores en un lugar especial cerca de la capital, Tebas, pero lo suficientemente apartado como para no ser descubierto: era el comienzo de una de las necrópolis más famosas de la tierra, el Valle de los Reyes.

Una ciudad secreta
Pero la construcción de las tumbas –que por estar escondidas no por ello dejaron de ser lujosas y sofisticadas- requería de obreros, artesanos y especialistas. Muchas personas que necesariamente conocerían el emplazamiento de las tumbas y que podrían irse de la lengua y poner en peligro los tesoros escondidos. Por ello Tutmosis I mandó construir una ciudad secreta para albergar a los cientos de artesanos y especialistas y a sus familias. Se le conocería como la “ciudad de la verdad” de Deir el Medina.

Restos de la 'ciudad de la verdad'.
Esta ciudad estaba rodeada por una muralla y se encontraba totalmente oculta de los ojos de los egipcios de a pie. Dentro de esos muros vivían los trabajadores que no podían abandonarlos. Pero a cambio percibían mejor salario y raciones de alimentos que la población normal, y además tenían la oportunidad de gozar de mejores tumbas y por lo tanto de una vida eterna con mejor calidad que el resto, un argumento nada desdeñable.

Durante 500 años la “ciudad de la verdad” se mantuvo en secreto y sus habitantes construyeron las tumbas de algunos de los faraones más famosos de la historia egipcia, como el gran Ramsés II o el joven Tutankamon. Durante cinco siglos todo marcharía bien, el imperio y la necrópolis. Se sucedían las victorias y las riquezas seguían llegando a la corte. Pero todo lo que sube cae, y la crisis del Imperio Nuevo se empezó a manifestar de una manera muy familiar para muchos trabajadores de la actualidad: llegó el día en el que se dejaron de pagar los salarios.

Protestas contra el hambre
Durante el reinado de Ramsés III entre los años 1184 y 1153 a. C. comenzó el declive. Tantos éxitos y victorias habían atrofiado la administración y la corrupción se había extendido sin límites afectando el buen funcionamiento del gobierno. A pesar de los sofisticados logros de la civilización egipcia seguía dependiendo de la agricultura, y ésta era totalmente dependiente de los caprichos del Nilo. Todos los años se producían crecidas de sus aguas que fertilizaban las tierras del valle, pero en la época de Ramsés III hubo unas cuantas temporadas en las que la crecida no fue suficiente, lo que afectó a las cosechas.
Ramsés III.

Los funcionarios egipcios habían acumulado trigo de reserva para estas circunstancias, pero la corrupción y la especulación rompieron el sistema de prevención. La consecuencia fue el hambre.

El signo inequívoco de la decadencia del Imperio Nuevo fue que la crisis también afectó a los obreros privilegiados de la “ciudad de la verdad”. Éstos cobraban en alimentos –la moneda no se introduciría en Egipto hasta siete siglos más tarde- por lo que cualquier retraso en el pago tendría consecuencias directas en su salud y en la de sus familias.

Tras estar 20 días sin cobrar, los trabajadores dejaron de trabajar y comenzaron las protestas. Ocuparon un templo y exigieron que se les pagara. Como atestigua un papiro hoy expuesto en el Museo de Turín, los huelguistas afirmaron que “Tenemos hambre, han pasado dieciocho días de este mes... hemos venido aquí empujados por el hambre y por la sed; no tenemos vestidos, ni aceite, ni pescado, ni legumbres. Escriban esto al faraón nuestro buen señor, y al visir, nuestro jefe. ¡Que nos den nuestro sustento!”

La decadencia
La ineficiente y corrupta administración cedió y consiguió alimentos para pagar a los trabajadores, pero cuatro meses más tarde volvió a interrumpirse el pago del salario y los obreros volvieron a la huelga. Hubo manifestaciones y más ocupaciones de templos y de tumbas de faraones, toda una táctica de protesta que sería habitual entre los sindicatos actuales.

Los obreros volverían a cobrar tras una intensa negociación, pero las cosas ya no serían las mismas nunca más. La crisis y la corrupción destrozaron el Imperio Nuevo desde dentro y la falta de recursos y riquezas afectó directamente a la construcción de templos y palacios, y por supuesto a las tumbas. La ciudad secreta fue cayendo en el abandono y la precariedad al mismo ritmo que el estado. Finalmente, Egipto fue invadido y ocupado por sus vecinos libios, que instauraron una nueva dinastía de faraones, la XXI. Fue el final del Imperio Nuevo y también de la “ciudad de la verdad”.   

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