5/7/11

LA CLAVE DE LA ESCRITURA PERDIDA

La Piedra Rosetta.
Durante siglos existió en Egipto una escritura qua nadie sabía leer. Misteriosa, decoraba las paredes de los templos y palacios abandonados y destruidos en la orilla del Nilo cientos de años antes. Edificios y tumbas de miles de años de antigüedad languidecían completamente abandonados sin que nadie supiera que allí había vivido y prosperado una de las civilizaciones más antiguas y sofisticadas del mundo. La clave de esa historia estaba allí mismo, inscrita en las paredes de esos edificios. Esa clave se comenzó a descifrar gracias a un descubrimiento hecho en el último verano del siglo XVIII.

Hacía mucho calor, lo que multiplicaba el desagradable efecto de la resaca de la fiesta del día anterior. A muchos les dolía la cabeza y todos sufrían una sed espantosa mientras cavaban trincheras bajo el sol. Habían estado celebrando el 14 de julio, la fiesta del décimo aniversario de la toma de la Bastilla en París, el símbolo del comienzo de la revolución que ahora les había llevado hasta las tierras lejanas de Egipto. El capitán Pierre-François Bouchard y sus hombres formaban parte del llamado Ejército de Oriente, una tropa comandada por Napoleón Bonaparte y que llevaba ya un año en esas tierras luchando contra los mamelucos y los turcos, sufriendo enfermedades y la hostilidad de una población que les odiaba por haber invadido su tierra. El capitán y sus hombres se estaban preparando ahora contra una posible invasión de los ingleses. Por eso habían recibido órdenes de fortificar la ciudad de Rosetta, en el delta del Nilo.(Si quieres leer más sobre la expedición de Napoleón a Egipto, pincha aquí).

Bouchard, a sus 27 años, era todo un veterano de las campañas de su comandante Bonaparte. Sabía como atacar a sus enemigos, e igualmente sabía como defenderse. Por eso era muy exigente con sus hombres. No quería chapuzas. Las trincheras tenían que ser profundas y bien armadas. Por eso sus hombres cavaron y cavaron hasta la extenuación hasta que de pronto un soldado gritó. Los trabajos se paralizaron. Por fin habían encontrado una excusa para hacer una pausa mientras saciaban su curiosidad. Alguien había encontrado algo. Bouchard se enfadó porque los trabajos se habían detenido pero enseguida descubrió que la culpa la tenía una gran estela negra de basalto de 112,3 cm de alto, 75,7 cm de ancho y 28,4 cm de grosor. Los soldados rápidamente supieron que era especial, porque uno de sus lados estaba completamente cubierto de inscripciones antiguas.

La expedición francesa no era solamente militar. A Napoleón le acompañaron más de 160 científicos y expertos en diferentes artes, lo que imprimió al Ejército de Oriente un aire intelectual que ningún ejército invasor había tenido antes. El objetivo no era solo conquistar Egipto. Había que trasladar a su población las bondades científicas de la Ilustración y aprender todo lo posible de ese lejano y exótico país, cuna de una de las civilizaciones más antiguas del mundo. La estela descubierta en Rosetta rápidamente fue entregada a esos científicos que desde el primer momento no dudaron de su enorme importancia.

Las inscripciones eran en griego antiguo, en una escritura extraña y desconocida, y en jeroglíficos, los símbolos misteriosos que decoraban las paredes de los templos antiguos que los franceses habían explorado mientras conquistaban Egipto. Eran unos símbolos muy extraños que nadie sabía interpretar, pero que ahora aparecían en una estela junto a otro texto en griego, perfectamente legible para los científicos que se habían educado en latín y griego clásicos.     

Jean-François Champollion.
Los científicos comenzaron a investigar la estela y muy pronto comprendieron que podría tratarse del mismo texto escrito en tres grafías diferentes. Esto abría la posibilidad de descifrar los jeroglíficos. Para multiplicar las posibilidades de descifrado se hicieron copias en yeso de la piedra para ser distribuidos por Francia y Europa. La comunidad científica se puso a trabajar.

Sin embargo, no sería hasta más de veinte años después que un francés, Jean-François Champollion, pudo descifrar estos símbolos que habían quedado dormidos durante miles de años. Cuentan que el día que consiguió leer los jeroglíficos de un templo gracias a la traducción de la estela entró vociferando en el despacho de su hermano y que se desmayó de la emoción. Había descifrado la clave de los símbolos misteriosos que escondían la historia del antiguo Egipto. 

La propia piedra estaba destinada a ser transportada a París, pero los caprichos de la guerra se impusieron. En 1801 los franceses en Egipto, abandonados por Napoleón y completamente aislados, se rindieron a los británicos. Éstos también intuyeron la importancia de la piedra y la incautaron como botín. Desde entonces está expuesta en el Museo Británico de Londres. Se la conoce como la Piedra Rosetta.    


 

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