19/5/11

¡NIKÁ! LA REBELIÓN DE LOS HINCHAS

El emperador Justiniano.
Los gobernantes suelen sentirse muy seguros en sus puestos cuando todo parece bajo control. Los ricos y aristócratas disfrutan de su poder y las masas de súbditos viven vidas grises mientras se entretienen con la manida fórmula del ‘pan y circo’ que tan buenos resultados ha dado a lo largo de la historia. Sin embargo, en cualquier momento el abuso del poder, las vejaciones y humillaciones diarias a los más desfavorecidos pueden hacer estallar una chispa que prenda fuego a un sistema que es mucho más endeble de lo que parece a primera vista. Algo así ocurrió en la antigua Constantinopla, donde el ‘pan y circo’ casi termina por devorar al emperador Justiniano, en ese momento probablemente el soberano más poderoso de la tierra.

Era el 13 de enero del año 532 y, como casi todos los días, había carrera de cuadrigas en el hipódromo de Constantinopla. Las carreras eran el gran espectáculo de la capital. Miles de personas las seguían con la misma pasión e ímpetu como hoy en día podría suceder con un partido de fútbol. La vida giraba en torno a ese hipódromo que tenía capacidad para unas 40.000 personas y cuyo palco daba directamente a las estancias del palacio imperial. Ir a las carreras era todo un acontecimiento social y político, ya que también servía como válvula de escape para los diferentes conflictos internos que afectaban al imperio.

El hipódromo de Constantinopla.
En las carreras había cuatro facciones de hinchas que se agrupaban en diferentes colores. No solamente animaban a sus respectivos equipos, sino que representaban también diferentes grupos sociales y religiosos. Los más importantes eran los azules y los verdes, que estaban compuestos por católicos ortodoxos (los azules) y por cristianos monofisitas (los verdes), las dos corrientes religiosas más importantes del imperio que estaban gravemente enfrentadas. El emperador Justiniano era un ‘azul’ y eran los azules los que controlaban gran parte del aparato burocrático estatal y judicial frente a la indefensión de los verdes.

Esta era la situación el 13 de enero del 532, un día de carrera que parecía ser como cualquier otro hasta que el líder de los verdes intentó pedir justicia al emperador por una serie de asesinatos de miembros de su grupo y que las autoridades no querían esclarecer. Justiniano, completamente confiado en su poder y en que ese día iba a ser como cualquier otro, le ignoró. Los verdes se enfadaron, y mucho. Salieron del hipódromo y se organizó una batalla campal contra los azules con muchos muertos y heridos. Esto suponía una provocación al poder imperial, por lo que se arrestó y ejecutó a los cabecillas de las dos facciones. Ese fue el error de Justiniano.

Con el arresto de sus jefes los hinchas dejaron de odiarse entre ellos. De repente ya no había verdes ni azules, ortodoxos ni monofisitas. Sólo había súbditos del emperador indignados por la arbitrariedad de Justiniano y por sus vidas precarias y humilladas por los poderosos. Ya no eran hinchas que gritaban por un equipo, se habían convertido en insurrectos, y su grito era ¡Niká!, victoria.

La emperatriz Teodora.
La rebelión se propagó rápidamente por los barrios de la ciudad. El orden establecido había caído, todo parecía posible. Los ricos huían y los aristócratas temblaban. No había soldados y sus armas, que habían sido saqueadas del arsenal, servían ahora a los insurrectos que obligaron al senado a nombrar a un nuevo emperador.     


La situación se estaba descontrolando para Justiniano. Estaba a punto de huir de la ciudad cuando su esposa Teodora le frenó con esta frase: “Si la fuga fuese el único medio de salvarse, renunciaría a la salvación. El hombre ha nacido para morir y aquel que reina no debe conocer el miedo. César, escapa tú, si quieres: ahí está el mar, ahí las naves que te esperan y tienes bastante dinero. En lo que a mí respecta, acepto el viejo dicho de que la púrpura es la mejor de las mortajas”. El emperador se quedó y mandó llamar a Belisario, su general más victorioso.

Sólo tenía unos pocos miles de soldados de élite, pero fueron suficientes para que Belisario ahogara la rebelión en sangre. Se calcula que entre 30.000 y 40.000 personas fueron asesinadas por los soldados, una barbaridad si se tiene en cuenta que Constantinopla contaba entonces con alrededor de 600.000 habitantes. Fue una auténtica orgía sangrienta la que devolvió el trono a los poderosos. No hubo más rebeliones u Justiniano moriría muchos años más tarde siendo emperador. 

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